Prólogo

El autor de este libro tenía doce años cuando en 1924 su madre lo llevó de Moscú a Riga. Guardaba muy buenos recuerdos de Moscú: su elegante arquitectura, el repiqueteo melódico de las campanas, las cúpulas doradas de las iglesias. Atrás quedaban los años de privaciones y hambre. En 1921 las autoridades habían vuelto a permitir la actividad económica privada y a partir de ese momento el país empezó a desarrollarse a un ritmo inaudito. La gente tenía puestas grandes esperanzas en el futuro, se publicaban revistas de vanguardia, aparecieron nuevos movimientos en arte, poesía, teatro, arquitectura.

La frialdad nórdica de Riga no le sentó bien. No hizo buenas migas con su padrastro. Al terminar sus estudios en el Liceo Ruso de Riga, decidió ser ingeniero agrónomo para, en un futuro, poder contribuir a la lucha contra el hambre en su país, en Rusia, a donde soñaba con regresar. Tras graduarse en el Instituto Agronómico de Toulouse y obtener el título de ingeniero, tuvo que volver a Letonia por un año para cumplir el servicio militar obligatorio. Esto sucedía justamente después del golpe de Estado de Kārlis Ulmanis, el 15 de mayo de 1934. Se prohibieron todos los partidos políticos de Letonia, se disolvió el parlamento, muchos de los representantes políticos más destacados fueron detenidos, incluidos miembros del parlamento. Las masas, sin embargo, acogían con entusiasmo a Ulmanis allá por donde fuera, retratos suyos colgaban por todas partes. La prensa mostraba su respaldo a Ulmanis y le colmaba de elogios, refiriéndose a él como «el salvador de nuestra Letonia letona». Ante tal panorama, Kochetkov decidió que no podía dilatar más su regreso a Rusia y en cuanto hubo terminado el servicio militar presentó la documentación correspondiente en el Consulado Soviético de Riga.

Kochetkov no concedió importancia al hecho de que en el consulado le obligaran a escribir una autobiografía de diecisiete páginas. Según parece, le dieron una larga serie de preguntas que hubo de responder. Su abuelo paterno poseía antes de la Revolución de 1917 una enorme fábrica de tejidos, mientras que su abuelo materno era un comerciante de la primera categoría (de las tres que existían, la primera era la que gozaba de mayores privilegios) y propietario de varias casas en Moscú. En esa época tener tales antecedentes familiares constituía un serio problema y una peligrosa tara personal. Su padre, ingeniero de ferrocarriles, había muerto en 1921 debido a la perforación de una úlcera de estómago, si bien cabe la posibilidad de que hubiera sido asesinado por sus propios compañeros, pues trabajaba para la dirección de vagones de destino especial en el Comisariado del Pueblo para los Ferrocarriles. Su padrastro, Eduard Máksovich Jakobson, era un doctor de éxito en Riga, es decir, un burgués según criterios soviéticos. Toda esa información, así como el relato sincero de sus propias faltas ideológicas, es muy probable que hubieran sido utilizados por las autoridades soviéticas para enviarle al Gulag[1] de haber vuelto a Rusia. Tampoco se le pasó por la cabeza que estaba poniendo en una difícil situación a los familiares que vivían allí, a quienes sin duda tuvo que nombrar en una lista. Hallamos un elocuente testimonio de lo que le esperaba en caso de haber vuelto a la URSS en el destino que le esperaba a su propia familia en Riga. El 14 de junio de 1941, un año después de que las tropas soviéticas ocuparan Letonia, Nikolái, hermano del autor, su padrastro Jakobson y su hermana Liusia, hija de su padrastro, junto con miles de personas inocentes, fueron declarados enemigos del pueblo y deportados de Letonia.

Nikolái murió debido al sobreesfuerzo y el hambre el 6 de mayo de 1943 en Usollag, un campo de trabajos forzados del Gulag de la región de Perm. Como el resto de deportados, fue trasladado allí de forma completamente ilegal, sin decisión judicial alguna que lo avalase. De hecho, no fue hasta el 19 de mayo de 1943, es decir, dos semanas después de su muerte, que un Consejo especial del Comisariado Popular de Asuntos Internos le condenaría a cinco años de reclusión en un campo de trabajo. Por su parte, Liusia pasaría dos largos años en el distrito de Kargasok, provincia de Tomsk, en Siberia, antes de poder reunirse con su tía en Moscú. Finalmente acabaría instalándose en la ciudad de Klin puesto que, como hija de un enemigo del pueblo, tenía prohibido vivir a menos de 100 kilómetros de Moscú o de cualquier otra ciudad grande. Jakobson fue condenado el 12 de mayo de 1943 a tres años de reclusión en Usollag, empezando a contar desde el 14 de junio de 1941. Cuando hubo cumplido su condena no se le permitió abandonar el campo y el 17 de febrero de 1945 fue sentenciado a diez años más de reclusión (en esa época alargar la primera condena era una práctica corriente). No fue liberado hasta el 21 de abril de 1954, fecha en que fue enviado al destierro a perpetuidad a la región de Krasnoyarsk, en Siberia, donde murió el 14 de febrero de 1956. La triste ironía de todo esto es que la deportación salvó a Eduard Máksovich Jakobson y a Liusia de una muerte segura a manos de los nazis. De todos los judíos que permanecieron en Letonia en el momento de la ocupación alemana apenas unos poco lograron sobrevivir.

Kochetkov decidió no perder el tiempo esperando una respuesta del consulado y se fue a París para continuar su formación en el Instituto Nacional Agronómico, especializándose en enfermedades vegetales. Empezó a trabajar en el laboratorio del famoso bioquímico Gabriel Bertrand. Al mismo tiempo ingresó en la sección de las Juventudes Comunistas del Barrio Latino y se unió al círculo de jóvenes de la Unión para la Repatriación. Conoció a Serguéi Yákovlevich Efrón y a su hija Ariadna, a Vladímir Konstantínovich Glinoyedski y a otros muchos miembros de la Unión para la Repatriación, haciéndose amigo especialmente de Borís Ilariónovich Zhuravliov.

Al cabo de casi medio año le comunicaron desde el consulado, sin aclaración alguna, que su solicitud de entrada en la URSS y de ciudadanía soviética había sido rechazada. No se lo podía creer: en el consulado le habían dicho que el país necesitaba especialistas formados. Zhuravliov, a quien habían rechazado ya tres veces, le dijo que no se desanimara y le convenció para que presentara una nueva solicitud. Le dijo: «Si nos lo deniegan es que así ha de ser. Será que aquí somos más necesarios.». En esto, seguramente, tenía gran parte de razón.

Zhuravliov era un activo sindicalista y representante del partido desde los años veinte, participaba en huelgas y se encargaba de organizarlas. En agosto de 1923 le detuvieron en Bulgaria y le enviaron a un campo de concentración por dieciocho meses. Junto a otros reclusos participó en el levantamiento armado del 19 al 29 de septiembre de 1923. En marzo de 1925 le desterraron a Turquía, donde fue arrestado y pasó cuatro meses en la cárcel. En julio de 1925 se instaló en Lyon, Francia. En 1929 le detuvieron de nuevo y fue expulsado de Francia. Se mudó a Bruselas y en 1934 le expulsaron también de Bélgica. Volvió entonces a París. En 1935 volvieron a expulsarlo de Francia, pero regresó al país ilegalmente.

Kochetkov no disimula su fascinación por Zhuravliov, que era catorce años mayor que él. Cuando se preparaba la edición de la novela Vuelvo a ti en 1972, el editor exigió que se eliminasen todas las referencias a Zhuravliov, acusado de quedarse en 1944 con parte del dinero destinado a actividades clandestinas antifascistas. El autor no lo hizo porque sabía a ciencia cierta que aquellas acusaciones no tenían fundamento. El editor exigió asimismo que se eliminara la referencia a las palabras que, tras el alzamiento en España del 17 de julio de 1936, solían decir los empleados del Consulado Soviético a todo aquel que quería ser repatriado a la URSS: «Vuestro camino de regreso pasa por España». Asimismo, el editor pedía que se suprimiera otro gran número de hechos que aparecían en el libro, ya que podían, según él, dificultar el establecimiento de buenas relaciones entre la URSS y Francia. El autor se negó a cambiar nada y la novela no se llegó a ser publicada.

En la Francia de los años treinta existían numerosas publicaciones en ruso; entre ellas revistas especializadas en filosofía, religión o literatura, así como ediciones con información de actualidad. Reflejaban la diversidad de opiniones de la emigración rusa. Kochetkov leía o conocía muchas de ellas. Durante un tiempo se interesó por las publicaciones del Club Posrevolucionario, que reunía a todos los que consideraban la revolución en Rusia como algo positivo pero que no reconocían el sistema allí establecido. Después de presentar la solicitud de repatriación, Kochetkov se pasó a publicaciones más izquierdistas como la que editaba la Unión para la Repatriación, la revista propagandística Nash Soyuz («Nuestra Unión»), y la francesa L’Humanité. Esta prensa y las películas soviéticas que se proyectaban en el consulado daban una imagen idealizada de la realidad del país. Con los recuerdos que guardaba del Moscú de su infancia, Kochetkov creía ingenuamente que a partir del momento en que se había ido de Moscú todo había ido a mejor. En realidad, las reformas económicas llevadas a cabo en la URSS en 1921 ya habían sido anuladas hacia el año 1930 y las propiedades de las empresas privadas habían sido confiscadas. Soñaba con ayudar a su país en la lucha contra el hambre, sin saber que la hambruna en Ucrania de los años 1932-1933 había sido inducida por las autoridades y que a causa de ella habían muerto cuatro millones de personas. Este elevadísimo número de víctimas se debía fundamentalmente a que el ejército había cercado las zonas donde se había incautado todo el cereal por la fuerza, obligando a cualquiera que intentara salir de esas áreas a regresar y morir en su aldea. Todo ello mientras la URSS seguía exportando millones de toneladas de trigo. Creía que en su país de origen se observaban rigurosamente las leyes y que, por tanto, él no tenía nada que temer, puesto que no había cometido ningún crimen. En realidad, nada funcionaba allí según la ley. El asesinato de Kírov en Leningrado el 1 de diciembre de 1934 había sido la excusa para que las autoridades iniciaran una campaña de represiones en masa que ya en 1935 habría costado la vida a cientos de miles de inocentes. Justo después del asesinato de Kírov, ese mismo día, Stalin publicó un decreto que cambiaba las normas jurídicas aplicables en las acusaciones por terrorismo. El plazo de investigación se reducía a diez días, los juicios se llevaban a cabo sin abogado defensor, las sentencias eran definitivas y no se permitían recursos de apelación y, en caso de condena a la pena capital, la resolución se llevaba a término inmediatamente después de ser notificada.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, Kochetkov tuvo suerte de poder volver a casa (a Riga, y no a Moscú, como soñaba) en un período, por lo menos en Riga, de descenso de la represión, aunque en realidad este duró poco. La gran mayoría de los miembros de la Unión para la Repatriación que habían regresado a la URSS antes de la guerra habían sido fusilados o habían recibido largas condenas en los campos.

El autor trabajó en la novela Vuelvo a ti más de diez años, desde la segunda mitad de los años cincuenta. Siendo como era un amante de la libertad, no podía aceptar el sistema soviético y consideraba que su deber era contar la verdad sobre el amor de los franceses por la libertad, sobre la vida de la comunidad rusa emigrada en París en 1936, sobre lo que vio en España durante los años 1936-1939, en Alemania durante los años 1941-1943 y después en Francia en 1943-1944. Muchos de aquellos a los que describe con tanta calidez en Vuelvo a ti habían sido asesinados: el príncipe Shirinski-Shijmátov en Auschwitz, Glinoyedski en España, Iván Troyán y Vasili Pórik en Francia. Habían matado también a muchos de sus compañeros de la clandestinidad antifascista en Berlín. A otros los habían calumniado: Zhuravliov, Lisitsin, Eisner... Espero que el lector, leyendo este libro, piense en ellos con esa misma calidez.

Vladímir Kochetkov

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1 Sistema penal de campos de trabajos forzados en la Unión Soviética.