Tras la alambrada

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A principios de febrero de 1939 Alekséi Kochetkov va a parar a un campo de internamiento francés situado en una playa arenosa cerca del pueblo de Saint-Cyprien. Desde allí regresarán a sus patrias poco después los brigadistas internacionales de la URSS, así como los de otros países. Alekséi habría podido intentar volver a Letonia, siendo como era ciudadano de ese país, pero no lo hace, pues lleva muchos años queriendo regresar a Rusia. Recordando lo que le habían prometido en los consulados soviéticos de París y Barcelona, Alekséi rellena la documentación necesaria para un visado de entrada en la URSS, pero no recibe respuesta. En abril, junto con otros brigadistas, pasa al campo de internamiento de Gurs. A principios de septiembre de 1939, poco después de que se declare la movilización general en Francia, Alekséi y sus camaradas se inscriben, siguiendo las directrices del partido, como voluntarios en el ejército francés. Pronto les llegará la indicación opuesta y se echan para atrás, por lo que recibirán una terrible paliza. En junio de 1940 Alekséi es trasladado al campo de concentración de Vernet. Tras la incorporación de Letonia a la URSS en agosto de 1940, Alekséi se convierte automáticamente en ciudadano soviético, aunque la situación se complica, pues antes de irse como voluntario a España en agosto de 1936 había dejado su pasaporte letón en París, en la Unión para la Repatriación. En la primavera de 1941 aparece en el campo de Vernet un grupo de contratistas alemanes y, sabiendo que en Berlín hay un Consulado Soviético, Alekséi consigue trabajo en Alemania.

Tras la alambrada

Tercera parte de la novela autobiográfica Vuelvo a ti

Traducción del ruso de Arnau Barios Gené

Redacción: Rosana Murias Carracedo

Notas al pie de Vladímir Kochetkov

© 2020 T&V Media

El campo de Saint-Cyprien

Conservamos todavía una secreta esperanza durante un mes o así.

Madrid aún resiste.

Nos pueden llamar a filas. Nos preparamos para ello.

A mí incluso me parece que este rincón desértico de la costa mediterránea, estas vallas de alambre de espino, estas masas de gente (los restos del ejército republicano tras la alambrada), todo esto no es más que, si bien a mayor escala, un segundo Bagnères-de-Luchon, donde fue internada la 31ª división tras huir de Huesca. Un campamento por poco tiempo, un refugio temporal y nada más. Descansaremos, como entonces, en la primavera del 1938, nos dividiremos: unos a favor de la República, otros a casa o debajo del ala, y volveremos de nuevo.

Solo allí, en el estadio de deportes, se está más caliente. No sopla este viento frío y húmedo del mar. En esta época del año causa estragos por toda la costa, este maldito simún[1]-mistral[2]. Aquí, donde estamos nosotros, al lado del pueblo costanero de Saint-Cyprien, en la playa arenosa. Y en Argelès-sur-Mer, más al sur, más cerca de España y de Portbou, donde en una playa como esta yacen los despojos del ejército de Modesto[3].

¡Maldito simún-mistral! Los primeros días nos llenó de arena fría a nosotros y a nuestros lechos, cavados como pequeñas trincheras. Ahora al soplar se lleva lo que queda de calor en nuestros barracones bajos, medio cubiertos de arena, montados a toda prisa con tablas robadas.

Pero este viento insoportable se calmará. Y el monótono y fastidioso rumor de las olas del mar también. Y el médico militar, el letón Bachrach, dejará de exigirme: «Tradúcele al señor teniente que tenemos otro caso de tétanos, necesitamos suero urgentemente, mucho». Cubre de improperios al «carcelero Marty[4]» por el terror que impuso en la retaguardia y el frente pero sigue sin alejarse de las puertas del cerco con la sección de los brigadistas, del minúsculo barracón sanitario.

Nos llamarán, corren rumores, y formaremos para que pasen lista.

Y allí, en España, en la España todavía en lucha, todo esto nos parecerá una pesadilla.

Esa marcha desde la frontera que duró todo un día y gran parte de la noche. Este campo, aún vallado con alambre, extendiéndose kilómetros por la playa. Estos moros de opereta, marroquíes de chocolate pintados con colores vivos, montando unos caballitos traviesos y greñudos, y estos senegaleses oscuros como la noche.

No es tan fácil escapar, irse a París, al Consulado Soviético a por lo que me habían prometido.

No, no estamos desmovilizados, luchamos por nuestra existencia. Por los que desfallecen. Por nuestra unidad.

Jaunā cīņā (Nueva lucha) es el primer periódico mural de nuestra sección. Bravo por los letones, es un pueblo laborioso. Bravo por el comandante de la compañía letona, el último jefe de la brigada polaca unida, Rūdolfs Vilks (Lācis). Bravo Chispa[5], Ratnieks, Palkavnieks, Žanis Folmanis, el alegre y cabezón Benjamin Kur... Estos chavales son un ejemplo a seguir para todos los demás brigadistas de la sección, incluso para los amigables alemanes de Ludwig Renn. En su barracón, ya electrificado, reinan la limpieza y el orden. (Y la limpieza es la salud, la moral del combatiente).

Ya estamos restableciendo la organización del partido. Estamos juntos por primera vez. No como en España. Todos los que hemos sobrevivido. Lo que queda de las brigadas italiana, alemana, polaca, yugoslavo-balcánica; artilleros, sobre todo de baterías de largo alcance, médicos y maestros armeros, intérpretes políglotas, responsables políticos y consejeros militares (de rango más humilde), jefes comandantes y soldados rasos (con menos infantería). De entre los brigadistas faltan aquí los altos soldados de la brigada Lincoln que tomaron Belchite. Su patria ya los ha aceptado. Ya están en libertad. También los franceses de la brigada «La Marseillaise» han vuelto cada uno a su casa.

Por primera vez estamos todos juntos, todos los viejos amigos repatriacionistas[6], defensistas[7] conocidos y por conocer, simplemente rusos antifascistas y judíos de Palestina que hablan ruso. Estamos todos juntos, personas sin nacionalidad, en la unidad de Lariónich[8], el antiguo secretario de los repatriacionistas y capitán artillero, en un barracón bajo de tablas no muy bien apañado.

Aquí están el enorme Petia Ribalkin, con sus bigotes y su tartamudez, que tanto me asombró en aquel mitin-disputa defensista[9], el alegre taxista Kolia Lósev, el gafotas tímido Misha Gaft y el reposado y silencioso Gueorgui Shibánov, que pertenecía al grupo de aquellos chicos extraordinarios de la sección rusa de chóferes de la CGT[10] que no formaban parte oficialmente de los repatriacionistas ni traían de cabeza a la Sûreté générale[11], pero hacían lo suyo y se fueron todos juntos a luchar a España. De este grupo solo Pávlik Pelejin y también Kolia Roller y Dima[12] Smiriaguin están en algún otro campo. Quizás en Argelès-sur-Mer. Allí donde están Balkovenko, uno de nosotros tres, los primeros voluntarios repatriacionistas, y otros chavales. O quizás estén en París.

También luchamos porque nuestras filas estén unidas, limpias y aseadas. E incordiamos a nuestros compatriotas:

—¡Camarada Ivanov! ¿Cuándo te has lavado los pies por última vez?

—En el Ebro, camarada Zhuravliov, en el Ebro —bromea Ivanov, instructor de ametralladora, desgarbado, con un colmillo que le sobresale—: pasábamos el Ebro a nado, así que tuve que quitarme no solo el calzado, sino también la ropa.

—¡A lavarse ahora mismo! —frunce el ceño Borís, enflaquecido, extenuado.

«...A la playa... a la playa...», se oyen muchas voces entremezcladas con risas y gritos sarcásticos. Y el combatiente que se disponía a evacuar allí mismo, tras el barracón, se sube obediente los pantalones ya bajados y se arrastra hasta el mar, hasta la kilométrica trinchera—retrete.

A la playa esta, sucia y hedionda a más no poder, la llamamos la «avenue Daladier». Nos desquitamos así por la «ayuda» brindada a la República Española, por la «hospitalaria» y «amable» acogida a los defensores de la democracia, por las migajas de pan[13] que en los primeros días nos tiraban desde los camiones a los cercos[14], por el frío y los piojos.

Pero esta burla contiene un imperceptible punto trágico. ¡Qué lejos quedan los sonrientes triunfadores abrazándose los unos a los otros, los líderes del victorioso Frente Popular, Daladier, Léon Blum, Maurice Thorez! La luna de miel de la alianza democrática. Promesas de lealtad. Qué lejos queda el París de nuestra, de mi juventud. El inolvidable París que borboteaba, hervía, soñaba.

El Frente Popular ya no existe. Se hunde allí, en la República Española abandonada por todos y rodeada de enemigos. Tiene los días contados[15]. El radiorreceptor autónomo, instalado a hurtadillas en el barracón ejemplar, modélico, electrificado, de la compañía letona, nos hace llegar sus convulsiones agónicas. La tierra española, desecada por los dolores y sufrimientos de tres años, se agita en una pelea entre partidos. El último islote de la democracia en lucha. Y eso da miedo.

También va a desmoronarse la unidad entre nosotros, si no luchamos. Llevamos tiempo en el «momento de los gorros[16]». ¡Pero los hay que saben colocarse! Hay afortunados que abandonan también nuestro cerco, nuestra sección. Los consejeros de las brigadas internacionales, los letones Ratnieks, Vecgailis... Tras ellos mi comandante, Rūdolfs Lācis. Me da la mano con prisas: «¡Adiós, jefe del cuartel[17]!». Ellos vienen del «pueblo grande[18]». Han sido por fin liberados.

Estamos contentos por ellos y les envidiamos un poco. Y continuamos la lucha. Por los rincones cuchichean los descontentos: «Tantos años luchando, esforzándonos, derramando nuestra sangre y ahora... ¡a esperar sentados! ¡Es culpa de los comunistas!».

Los amigos se juntan en pequeños grupitos nacionales. Se meten en sus casitas de caracol nacionales. No les importa refunfuñar: «¡Otra vez esos alemanes egoístas nos han mangado las tablas justo cuando les habíamos echado el ojo!».

Pero no pasa nada, tiene arreglo.

Solo hay que marcarse un objetivo común que sea atractivo para todos.

—¡No! ¡Ni legión extranjera francesa ni nada! ¡No somos mercenarios! ¡Vergüenza debería daros comerciar con carne de cañón! —rechazamos a los reclutadores—. ¡Fuera!

—Pues vale, quedaos, tomad el sol. Ya vendréis a pedirlo —amenazan ellos.

No, el objetivo común, desde que calló el estrépito de las batallas al otro lado de los Pirineos, está claro. El objetivo es regresar a la patria.

¿Tenemos derecho, tenemos el derecho moral de regresar a la patria? Nosotros, medio prisioneros, medio refugiados, extranjeros indeseables, métèques[19] sin ciudadanía, bandidos rojos para más inri, como nos hacen el honor de llamarnos los periodicuchos reaccionarios del lugar. Nos espera la deportación inmediata en cuanto nos encontremos en Francia, al otro lado de la alambrada.

¿Son puros nuestros sentimientos sobre la patria? ¿Acaso no hablaba en nuestro nombre el coronel Glinoyedski (Jiménez), nuestro agitador repatriacionista muerto en Belchite, cuando se fue a España: «Quiero demostrar mi lealtad a la Patria Soviética no solo con palabras, sino con hechos»? ¡¿Acaso no demostró la misma lealtad a la patria otro agitador repatriacionista, miembro del partido, Fedia Lidle, que murió en Brunete, y así decenas más como él?!

¿Acaso allí en España no vivíamos como una familia bien avenida con los comandantes y consejeros soviéticos, con los traductores soviéticos? «Volverás, seguro que volverás a casa después de España», me repitió más de una vez Iván[20] en Híjar. «Lo único es que van a tenerte vigilado toda la vida», añadía con aire meditabundo. En aquel momento aquello me entró por una oreja y me salió por la otra. No me lo creía.

Y además que no hacía mucho había regresado a casa uno de nuestros repatriacionistas, el ayudante del general Lukács, Aliosha Eisner[21].

Porque así nos lo prometieron: «Vuestro camino de regreso a la patria pasa por Madrid».

¿Y qué podemos hacer nosotros aquí, en esta playa de arena?

Bueno, menos mal que el viento se ha calmado. El Mediterráneo ya no espumajea con las cabrillas de las olas. El sol calienta cada vez más y nosotros, dispersándonos por la «avenue Daladier», nos quitamos todo de encima e intentamos por enésima vez deshacernos de los piojos. ¿Y después qué?

* * *

—¡Haremos todo lo que esté en nuestra mano para que regreséis a la patria!

¿Quién lo dice?

¿Quién si no Vasia[22] Kovaliov tiene derecho a hacer afirmaciones tan importantes?

¿Y dónde está Vasia Kovaliov? Bonachón y sencillo, aquí mismo está, al lado de la valla de alambre de nuestra sección, de nuestro cerco en el campo de Saint-Cyprien. Aquí lo tenemos, junto a las puertas de alambre de la sección. Un poco más hacia un lado, donde se encuentran los demás. Los gendarmes (los gardes mobiles), los senegaleses de piel oscura, pueden obligarnos a echarnos para atrás o pueden no fijarse en nosotros.

Aún no nos han olvidado. Aún no estamos solos. Hasta nosotros; hasta los polacos, checos, letones, estonianos, lituanos, italianos, alemanes; hasta todos los demás que están aquí y en Argelès-sur-Mer, han llegado ya las redes de compasión, solidaridad, ayuda. Vienen de todas partes, de las organizaciones democráticas antifascistas que todavía existen y son legales, de comités de colaboración. Vienen a ver a los héroes, a animar y alentar, a dar instrucciones, a pasarnos revistas y periódicos frescos. Escriben cartas. Mandan los primeros paquetes. Llegan redes de amistad y compasión desde todos los países. Desde Francia, Inglaterra, América.

Y aquí lo tenemos, al inocentón, al risueño Vasia. El planchadito, bien alimentado, pacífico Vasia de París que no ha ido a la guerra. ¡He aquí la vida en paz, olvidada desde hace tanto tiempo!

Y observamos este fenómeno del más allá, de un mundo civil olvidado desde hace mucho. ¡Vaya una corbatita tan primorosa! ¡Qué camisa!

Y él observa, algo turbado y contento del encuentro, nuestras gorras de oficial desteñidas y caídas, de capitán, de teniente (no tenemos nada más que ponernos) y nuestras chaquetas guerreras de color caqui y las camisas que no están, hay que decirlo, en el mejor estado.

Nos mira a los ojos hundidos, que arden con una vaga inquietud y con esperanza. Y arruga el ceño cuando ve nuestros pómulos curtidos por el viento e hinchados. Nos aprieta con fuerza las manos oscuras y enjutas que le tendemos a través de la alambrada: a Borís Zhuravliov, a Gueorgui Shibánov, a Iván Troyán, a Petia Ribalkin, a todos nosotros, al pequeño grupo que ha salido a recibirle.

Entonces, junto a la alambrada, nos dijo poca cosa:

—Uno, rellenad los formularios; dos, escribid vuestras autobiografías. Fotografiaos. Pero todo rápido y sin lío. No ensuciéis los documentos ni el papel. Toma, Borís. Repártelo solo entre los nuestros, los de confianza. Una descripción de cada uno, ¿me oyes, Borís? Proceded. Me voy a Argelès-sur-Mer. Volveré pronto o enviaré a alguien. Aguantad, no os desaniméis.

Los formularios, por tercera vez

Y nos quedamos de pie, pasmados, todavía sin creernos la felicidad que se nos ha venido encima, comprendiendo que ha pasado algo importante y que es algo nuevo. Kovaliov no habría venido desde París hasta aquí porque sí. La lejana madre patria sabe de nuestra existencia y nos tiende una mano de ayuda para sacarnos de la desgracia. Y esto es completamente conforme a la ley, tal y como debería ser. Cumple con la Constitución, la humanidad y la justicia.

Y volvemos de buen humor a nuestro barracón de tablas mal ventilado, con una valiosa carga y buenas noticias.

Borís Zhuravliov, que no llegó a ver el luminoso día en que fue aplastado el fascismo[23].

Iván Troyán, de Taganrog, que murió en la Résistance[24] como un héroe pocos días antes de la llegada de los aliados al este de Francia.

Gueorgui Shibánov, que está vivo y coleando en su Aleksandria (no la Alejandría egipcia, la nuestra). Shibánov que había sido el iniciador de la resistencia contra el ocupante nazi por parte de los rusos de París.

Y Petia Ribalkin, tartamudo, ese hombre sencillo y valiente que tanto me asombró en aquel mitin-disputa defensista en la rue Las-Cases, antes de irnos a España, cuando leyó una carta procedente de la patria que no pretendía ser ninguna obra maestra epistolar.

[...]

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1 Vendaval intenso pero breve acompañado de una tormenta de arena, característico de los desiertos del norte de África y la península arábiga.

2 Viento de Provenza que sopla del noroeste y que en ocasiones tiene tanta fuerza que arranca árboles de cuajo.

3 Modesto es el apodo de Juan Guilloto León (24 de septiembre de 1906 — 19 de abril de 1969), comunista español e importante militar que hacia el final de la Guerra Civil Española recibió el rango de general. Tras la derrota de la República, emigró a la URSS. Murió en Praga.

4 André Marty (6 de noviembre de 1886 — 23 de noviembre de 1956), comunista francés, secretario del Komintern de 1935 a 1944. En 1936 fue enviado por el Komintern a España para que dirigiera las brigadas internacionales. Era famoso por sus crueles métodos de imponer el orden.

5 Claudius Chispa, seudónimo de Aleksandrs Bērziņš.

6 Miembros de la Unión para la Repatriación.

7 Partidarios de que la Unión Soviética se defendiera en caso de injerencia extranjera. Véase En nuestro Barrio Latino, la primera parte de la novela autobiográfica Vuelvo a ti de Alekséi Kochetkov.

8 Diminutivo cariñoso del patronímico «Ilariónovich», apodo de Borís Ilariónovich Zhuravliov.

9 Véase En nuestro Barrio Latino.

10 La Confédération générale du travail, Confederación general del trabajo.

11 Principal mando de seguridad del Ministerio de Asuntos Internos, existente desde 1887. En 1934 cambió su nombre por Sûreté nationale.

12 Petia, Kolia, Misha, Pávlik y Dima son diminutivos cariñosos de los nombres Piotr, Nikolái, Mijaíl, Pável y Dmitri.

13 La ración diaria consistía en una hogaza de pan para seis y un saco de arroz para 400 personas.

14 El campo estaba dividido con alambre de púas en secciones de 300 por 500 metros.

15 En la noche del 5 al 6 de marzo de 1939 el coronel Casado ejecutó un golpe anticomunista y el poder pasó al Consejo Nacional de Defensa. Tras lo cual, en las calles de Madrid hubo enfrentamientos entre comunistas y partidarios de Casado. El 11 de marzo los comunistas de Madrid se rindieron. Después de que fracasaran las negociaciones del 23-25 de marzo entre representantes del Consejo Nacional de Defensa y Franco, el 27 de marzo los franquistas pasaron a la última ofensiva. Al día siguiente tomaron Madrid sin resistencia. En la tarde del 31 de marzo todo el territorio español quedaba en manos de Franco.

16 Referencia al momento en que se van todos. Los hombres dejaban los gorros en la entrada de la iglesia ortodoxa, en un sitio especial para esta función. Cuando terminaba la misa, al abandonar la iglesia, cogían sus gorros y salían para ponérselos ya en la calle. El autor alude al proceso de regreso a casa de los brigadistas internacionales.

17 Kochetkov fue designado jefe del cuartel general de la 13ª brigada internacional en enero de 1939.

18 De Moscú. La frase hecha «Moscú es un pueblo grande» tiene que ver con la gran cantidad de espacios verdes y la poca densidad de edificaciones que había fuera del centro de la ciudad hasta la segunda mitad del siglo XIX.

19 Apodo peyorativo de los extranjeros.

20 Iván Guerásimovich Sovétnikov, más tarde teniente general.

21 Allí fue arrestado al poco tiempo, condenado a 8 años de trabajos forzados en Vorkutá y al destierro a la provincia de Karagandá.

22 Diminutivo cariñoso del nombre Vasili.

23 Durante mucho tiempo se desconoció la fecha de la muerte de Zhuravliov. Solo en 2019 fue posible determinar que murió el 19 de mayo de 1945 en el hospital Necker de París.

24 Résistance: el movimiento de la Resistencia francesa.