¡Buenos días, Francia!

Libro electrónico

Tapa blanda

En agosto de 1943, Alekséi Kochetkov viaja a París, donde se encuentra con su antiguo conocido Gueorgui Shibánov. Este involucra a Alekséi en las actividades de organización de la resistencia en los campos de prisioneros soviéticos civiles y de guerra de los departamentos Norte y Paso de Calais, en el norte de Francia. Alekséi viaja de una ciudad a otra, celebra encuentros con personas de enlace, les pasa instrucciones y octavillas, reúne informes, establece comunicaciones con campos todavía no contactados. Conoce a mucha gente extraordinaria, entre la que destaca por su coraje y audacia Vasili Pórik. A principios de 1944 encargan a Alekséi la misión de desmoralizar a las tropas de Vlásov. En febrero de 1944 la Gestapo logra introducir a un agente provocador en la Unión de Patriotas Rusos. Muchos de sus miembros serán detenidos en marzo. Alekséi pudo salvarse de la detención de milagro. En junio de 1944 Iván Troyán, instructor de la organización de la resistencia en el nordeste de Francia, es arrestado en Thil. En el libro se describe con viveza la liberación de París. El relato termina en el momento en que Alekséi consigue el permiso para volver a su patria. Acompañan al texto materiales de archivo que arrojan luz sobre las circunstancias de la detención y muerte de Vasili Pórik.

¡Buenos días, Francia!

Quinta parte de la novela autobiográfica Vuelvo a ti

Traducción del ruso de Arnau Barios Gené

Redacción: Rosana Murias Carracedo

Notas al pie de Vladímir Kochetkov

© 2020 T&V Media

Georges Shibánov

Nos organizó el encuentro Voskeritchián, un viejo conocido de París, repatriacionista[1]. Joven, delgado, enfermizo. Me condujo hasta Georges Shibánov, nos dio la mano sin fuerza y siguió caminando.

Nos alegramos mucho de vernos. ¡Cómo no! Habían pasado muchos años desde la reclusión en el campo de Gurs y la «extraña guerra», que no tenía ahora nada de graciosa, aunque fuéramos ganando. Estuvimos mucho rato abrazándonos y dándonos palmadas en la espalda el uno al otro, expresándonos nuestro mutuo entusiasmo y observándonos con atención. Después de todo, se trataba de tiempos excepcionales.

Y caminamos dignamente por las callejuelas adustas y silenciosas del aristocrático Passy, llegamos hasta la place de l’Étoile[2], con su Arco del Triunfo, volvimos atrás hablando todo el tiempo, recordando todo el tiempo el pasado y sondeándonos el uno al otro todo el tiempo. Era una época cruel. ¿No habría alguno de los dos cambiado de color?

Claro está, Georges me sondeaba más a mí que yo a Georges. Porque Georges es de aquí, es del lugar, mientras que yo de nuevo soy un advenedizo.

A Georges, por supuesto, no le interesaba mi biografía. La conocía a la perfección. No necesitaba explicarle, como a Otto, cómo y por qué había terminado en Francia. No. A Georges le interesaba otra cosa: mi situación, digamos, jurídica. ¿Había formado parte durante estos años de alguna organización del partido? ¿Había pagado contribución de miembro? Y lo más importante: ¿qué había conseguido hacer allí, en Berlín, en consonancia con la línea del partido? Después de todo, no nos encontrábamos así porque sí, tendría que haber alguna continuación.

No, no pagábamos contribuciones («qué raro», observó Georges). Donativos, sí. Sí, hacía aportaciones y recogía las de los demás. Y arriesgaba de forma voluntaria mi vida, cada día, cada hora. ¿Más concretamente? Pero qué podía decirle en concreto a Georges sobre los militantes clandestinos de Berlín, sobre los comunistas alemanes. Sobre Herbert, acorralado, y sobre Otto, que me esperaba. ¿Quién me había autorizado a contar esas cosas? La época no estaba para bromas. ¿Tenía derecho a hablar? Y me callaba.

Y a Georges le desagradaban mis reservas. Vale, bien, después del campo de Vernet había terminado trabajando en Alemania, trabajaba allí como todos, me ganaba la vida. Esto se entendía. Ninguno de los nuestros contaba con rentas anuales. Todo eso se podía entender y perdonar. Pero, ¿por qué disimular? ¿Por qué insinuar a medias no sé qué de una organización?

¿Qué demonios de organización quería que existiera allí, con los boches[3]? ¡En el mil veces maldito Reich! ¡La organización, la Résistance[4], estaba aquí, en Francia! La bandera de esta organización, de este movimiento, la habían levantado aquí, en París, los trabajadores del Museo del Hombre[5]: científicos, escritores, intelectuales. Y nuestro compatriota Boris Vildé, etnógrafo, combatiente antifascista, fue el primero en dar un nombre a ese movimiento de oposición al enemigo: résistance. Los primeros militantes de la resistencia murieron como héroes. Boris Vildé, Anatoli Levitski (también ruso), otros. Los fusilaron los boches, como a muchos otros después. Pero la Résistance no había muerto. Vivía, crecía, sumaba fuerzas...

¡Sin ir más lejos, Georges Shibánov (como supe más tarde) se podía atribuir el incendio de un almacén de algodón destinado a la marina de guerra de la Wehrmacht, octavillas, los periódicos ilegales l’Huma[6] y La vie ouvrière! ¿Y yo qué? ¿Qué podía atribuirme?

Georges estaba furioso. ¿Cómo podía yo, un español[7], uno de Vernet[8], quedarme sentado?

—Nada de volver a Berlín, ¿me oyes, Alex[9]? Si no, despídete del partido. Te quedas aquí. Pasas a ser un ilegal. Ya te encontraremos algo que hacer. ¿Estás de acuerdo o no?

—Lo estoy.

—Me lo imaginaba, Aliosha[10]. Y sobre Alemania... olvidémonos. Una conversación desagradable entre viejos amigos... ¿Cuándo tienes que salir del hotel?

—Pronto.

—Vale, cuelga tranquilamente la llave en el tablero. Dile al portier que te vas a Alemania... Vérochka[11] Timoféyeva te llevará a la primera planque[12]. La encontrarás con ella esta noche en casa de los Brenstedt. ¿Te acuerdas?

—¡Cómo no! ¡Rue de Buci, la Unión para la Repatriación!

—Te quedarás en la planque mientras no te arreglemos los documentos...

...Ya ves, mi querido Otto, ya te dije que en París todo saldría así. A donde fueres, haz lo que vieres. Yo hice lo que vi.

* * *

Octubre del cuarenta y tres. Estoy encerrado en el cuarto de Georges Shibánov en el sosegado Clichy (¡vaya unas barricadas![13]). Ahora él es André[14] y yo, según los documentos, soy Rudolf Vilks, viajante de no sé qué empresa de tecnología eléctrica.

¡Buf, qué calor! La rue Ferdinand-Buisson arde. Como está ahí la portera, no debo salir, por la noche habrá aquí una reunión. Y después Georges me ha prometido que me llevaría a otra planque.

Le dije a Liusia[15] que me esperara, si podía. Es peligroso para ella. Yo estoy en situación ilegal, soy un réfractaire[16], un sin techo. Me pueden pillar en cualquier redada en el metro o simplemente pararme por la calle; en el mejor de los casos, terminaría en un campo francés. Y más probablemente en Alemania. Espérame, si me quieres... ¿Pero acaso las mujeres saben esperar?

Que anochezca ya... Con el receptor, flojito, como en otros tiempos, sintonizo la BBC... me acerco para escuchar y pego un salto horrorizado. ¿Qué es esto? «...Neto bref gnertsh... Neto bref...» Un sinsentido. ¿Quién se ha vuelto loco? ¿Yo o el locutor de la radio de Londres? Después lo entiendo. Una nueva forma de tapar el sonido. Ponen una cinta con texto girando del revés. Esto es lo que pasa cuando llevas tanto tiempo sin usar una radio.

Cambio a Suiza. Informes de ambos lados: por ellos se percibe que vamos ganando.

El ambiente de París no tiene nada que ver con el de Berlín. Todo respira con la esperanza y la expectativa de la liberación. Exageradas noticias positivas y la cháchara abierta e ingeniosa típica de París.

Dos amigas con unos bolsitos de calicó:

Ils sont foutus[17].

—Sin duda, ma chère[18].

—Los rusos han vuelto a tomar Oriol. Que está... en la estepa...

—Oh, les braves[19]. Nos van a salvar.

—Los aliados también. ¿Ha oído que han desembarcado en la Côte d’Azur[20]?

Mais non[21]. No es verdad. Todavía están en Italia. Vienen por los Alpes.

—¡Ohhh!

—¡Y en Porte de Saint-Cloud[22] ayer tiraron una bomba en un autobús de boches!

—¡Ohhh, ça alors[23]!

—Es la Résistance. ¿Quién, si no? Me lo ha dicho el carnicero.

Malas miradas a los pocos alemanes y furibundas a sus pintarrajeadas «gallinas». Traidoras, colaboracionistas. ¡A ellas también las ahorcaremos!

Ambiente de esperanza. En el laberinto de callejuelas olorosas, de las ventanas abiertas de par en par, llega el insistente repiqueteo del tamtam que emiten los receptores sintonizando la BBC dejados encendidos como sin querer. En las librerías hay mapas de Europa. Las líneas de los frentes, trazadas con hilos, van cambiando según unos informes que no son, ni mucho menos, los oficiales.

Aquí es más fácil esconderse, más fácil encontrar planques, cartillas de racionamiento (un montón de ellas falsas), más fácil conseguir documentos bien confeccionados. ¡Campan a sus anchas los militantes clandestinos de París! A los pobres de Berlín les queda mucho...

Y en la Gare du Nord[24], por el lado de las prostitutas plantadas en las esquinas, dos tipos vestidos de civil, mirando a su alrededor, arrastran a un chico joven que anda dando traspiés, apaleado hasta hacerle sangrar. ¿Quién saldrá en su defensa? «Tan joven. Es un résistant[25]».

Unión de patriotas

—¿Ya estamos todos?

—Sí.

El sofá cruje. Han llevado todas las sillas a la habitación. El aire, viciado por el tabaco, se puede cortar. De los de Berlín están aquí Georges Klimeniuk, el sensato Tarásich[26], Mirónov. De los de París, el trío inseparable, Pávlik Pelejin, Kolia Roller, Dima[27] Smiriaguin. Todos los que, junto a Shibánov, no es que trajesen de cabeza a la Sûreté générale[28], pero hacían lo suyo. Después se fueron los cuatro a combatir a España. Combatieron y pasaron un tiempo en los campos. También vino Safrónich[29].

Nos hemos reunido todos para la primera asamblea de organización: los repatriacionistas que no hemos vuelto a la patria ni pasando por Madrid, ni pasando por los campos. Todos juntos, todos los que, del partido o de fuera del partido, éramos extranjeros indeseables en un pasado no muy lejano y que ahora hemos sido llamados a la primera línea de la Francia en lucha.

André pide un minuto de atención. Se declara inaugurada la asamblea de un grupo nuevo, ruso, de la Resistencia francesa.

La pregunta básica es organizativa. Necesitamos, primero, una organización amplia e invisible, que sea de masas y que se mantenga bien encubierta. ¿Con quién? Está claro: con repatriacionistas, con nuestros allegados defensistas[30] y jóvenes rusos[31], con todos los patriotas[32]. Unión de Patriotas Rusos, nos podemos llamar así. El principal objetivo es ayudar a los que están en la clandestinidad, a los réfractaires y a los combatientes que pasan a ser maquisards, ayudarles mediante pisos, provisiones y ropa. El órgano impreso de esta nueva organización de masas será el periódico-octavilla El patriota ruso.

De dirigir la Unión de Patriotas Rusos se encargaría Borís Zhuravliov, pronto estará en París, ¡ya ha terminado unos asuntos allí en el Muro del Atlántico! Es un miembro histórico del partido, conoce a todo el mundo y todo el mundo le conoce a él.

Breves intervenciones sobre la comunicación de André. Y, al final, un breve anuncio. Las directrices del centro son que el diez por ciento de los miembros del partido se ocupen de trabajos militares.

Eso es lo que necesito. Propongo mi candidatura, Tarásich la suya. Nadie recusa ni objeta nada. Pávlik Pelejin, que acaba de ser escogido secretario de nuestra organización del partido, nos aprieta efusivamente la mano.

Tarásich y yo pasamos cerca de dos semanas con un régimen especial de aislamiento completo. El grupo ruso de la Resistencia francesa que ha reunido André ya está desarrollando una actividad febril, mientras que nosotros salimos pronto de nuestras planques y un día tras otro deambulamos dando vueltas y más vueltas por el París otoñal. Más por la parte de la orilla derecha. Lo más lejos del Boul’mich[33], del Barrio Latino y del 11º distrito. Lo más lejos posible del centro, de la Cité policial y del Louvre de los reyes, de Notre Dame de Paris y de las riberas meditabundas. Paseamos mayormente por los arrabales.

Así debe ser. Pronto nos pasarán a los deportistas, los francotiradores y partisanos de Francia (FTPF[34]). Tienen que pasarle el enlace a André para contactar con el responsable y, a través de él, con el destacamento de partisanos de Manouchian[35]. ¡Entonces empezaremos una nueva vida!

Pero de momento deambulamos. Nos está prohibido (André añade nuevas prohibiciones cada vez que nos vemos) encontrarnos con ninguno de nuestros viejos amigos y amigas, hacer nuevos, sobre todo si son chicas (esto se considera especialmente peligroso), entrar en museos, cines, teatros, garitos nocturnos y casas de citas, en general, en cualquier edificio de uso público que pueda ser rodeado de repente y convertido en objeto de registros y detenciones. Nos está prohibido salir en las estaciones de final de línea del metro y en estaciones donde no haya un flujo normal de pasajeros, porque es una mala señal que advierte de que en esa estación hay una redada y de que todos los que salen del vagón están ya dispuestos, tras el primer giro, a lo largo de las paredes del túnel y los están cacheando y revisando o incluso desde allí son enviados directamente a trabajar a Alemania.

Nos está prohibido quedarnos en las planques más de lo normal, volver por la noche a una hora que no sea la adecuada.

¿Pero qué hora lo es? Paso mucho tiempo sin poder determinar a qué hora dejarán de cotorrear sobre todos los temas posibles esas matronas morenas y rollizas que se asoman hasta la barriga desde las ventanas de sus pisos. Ni cuándo es mi momento para poder subir a casa por la ruidosa escalera metálica que chirría sin que ellas se den cuentan.

Quien alquiló para mí el cuarto cerca de Porte de Saint-Cloud fue Chouchou[36] (Klara Yúlievna Kurch), la mujer de Borís Zhuravliov. Vende periódicos al lado del metro. Y, al escabullirme por la mañana de mi planque tras una noche pasada en desasosiego, le guiño un ojo, agradecido.

En las calles estamos más seguros. Sobre todo en los apretujados quartiers populaires (barrios de gente obrera), entre los carros de los verduleros con su olor dulzón, las pequeñas tiendas y las cristaleras de las cafeterías de las esquinas, tras las cuales beben los parroquianos su vaso de blonde[37] o panaché[38] delante de la barra laminada mientras hablan como siempre de la vida, la política y el amor.

Al principio miramos alrededor con intranquilidad, como si todos los que nos rodean supieran que somos unos réfractaires con documentos falsos dispuestos a hacer estallar la calma de este populoso barrio cuando llegue el momento en que tengamos que tirar una granada o disparar a un cerdo fascista alemán, traidor, al que hayamos detectado y acechado.

Y que el lugar de nuestras acciones será este, París, lo empezamos a entender viendo que no nos mandan a otro sitio.

Pensamos que debe ser muy difícil: salir de entre la corriente de gente y matar aunque sea solo a uno. ¿Y si las balas o la metralla de la granada matan a esos niños de ahí, los que juegan en el bordillo de la acera?

Y luego están los carteles coloreados, chillones. Ese rostro conocido, típico francés y campesino, con unos bigotes canos. Y la inscripción que baja de soslayo, clara: «Je déteste la terreur individuelle[39]. Falso. ¡Una falsificación alemana! ¡No podías soltarles algo así, Marcel Cachin! El Cachin de nuestra juventud, de nuestra primavera, de los tiempos de las victorias del Frente Nacional.

Pero no pudimos llevar a cabo aquello para lo que, a pesar de todo, estábamos ya dispuestos en nuestro fuero interno.

Nuestros paseos conjuntos en silencio se interrumpieron.

—Los deportistas han sufrido un revés —nos explicó André—, un descalabro. Los han agarrado a todos. Todo el destacamento...[40] Irás al norte a hacer de instructor. Tienes más trabajo.

Me despedí de Tarásich. Él se quedó en reserva en la Unión de Patriotas Rusos y más tarde se fue como comisario político al destacamento «Maksim Gorki» con Nikolái (Iván Skripái), a Dijon.

Y pronto en los postes de anuncios, en las paredes de las casas y en los túneles del metro empezarían a distinguirse carteles con los retratos de los partisanos cazados y con grandes letras: «¿Liberadores?», «¡Liberación con un ejército criminal!». Los fotografiaron expresamente con ese aspecto, sin afeitar, desfigurados por las torturas. A aquellos chicos sencillos de París, españoles, polacos, judíos, armenios, franceses; a aquellos combatientes del único destacamento de partisanos, en toda la Resistencia, que era internacional y actuaba en París.

[...]

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1 Miembro de la Unión para la Repatriación.

2 La Place de l’Étoile, plaza de la Estrella. En 1970 cambió su nombre por Place Charles de Gaulle. Se encuentra en la parte occidental del octavo distrito de París. Doce avenidas parten de ella en forma radial. En su centro está el Arco de Triunfo, debajo del cual se halla la tumba del Soldado Desconocido.

3 Boches, nombre despectivo de los alemanes en Francia.

4 El movimiento de la Resistencia.

5 Museo del Hombre, filial de antropología del Museo de Historia Natural.

6 El periódico Humanité.

7 Participante en la Guerra Civil Española.

8 Prisionero en el campo de Vernet d’Ariège.

9 Variante reducida del nombre Alekséi a la manera francesa.

10 Aliosha, diminutivo cariñoso del nombre Alekséi.

11 Vérochka, diminutivo cariñoso del nombre Vera.

12 Planque, piso ilegal.

13 Mientras fue militante clandestino en Berlín, el autor aspiraba a un combate más activo con los nazis.

14 «André» era el seudónimo de Gueorgui Shibánov en la Resistencia francesa, aunque todos lo llamaban «Georges», a la manera francesa.

15 Liusia, diminutivo cariñoso del nombre Liudmila.

16 Réfractaire, alguien que elude el trabajo forzado o el servicio militar.

17 Ils sont foutus, están jodidos.

18 Ma chère, querida mía.

19 Les braves, valientes, atrevidos.

20 Côte d’Azur, la Costa Azul, parte del litoral mediterráneo de Francia desde la frontera con Italia hasta Toulon. Se encuentra en el sureste de Francia.

21 Mais non, que no.

22 Porte de Saint-Cloud, estación de metro en el 16º distrito de París.

23 Ça alors, ¡vaya!

24 Gare du Nord, Estación del Norte.

25 Miembro del movimiento de la Resistencia.

26 Iósif Tarásovich Mijnévich.

27 Pávlik, Kolia y Dima son los diminutivos cariñosos de los nombres Pável, Nikolái y Dmitri.

28 Sûreté générale, principal mando de seguridad del Ministerio de Asuntos Internos, existente desde 1887. En 1935 cambió de nombre por Sûreté nationale.

29 Féliks Safrónov.

30 Partidarios de que la Unión Soviética se defendiera en caso de injerencia extranjera. Véase En nuestro Barrio Latino, la primera parte de la novela autobiográfica Vuelvo a ti de Alekséi Kochetkov.

31 Miembros de la unión «Joven Rusia», fundada en Múnich en 1923.

32 En esa época, en Francia «ser patriota» significaba estar en contra de los nazis.

33 Boul’mich, el boulevard Saint-Michel.

34 Ramificación comunista del movimiento partisano.

35 Se trata de los cuatro destacamentos independientes de los FTP-MOI de la región de París, de cuya dirección militar se ocupó Missak Manouchian desde agosto de 1943.

36 Chouchou es un apodo cariñoso que a menudo se da a las personas queridas en Francia. En este caso significa: querida, cariño, amorcito.

37 Cerveza rubia.

38 Panaché, cerveza con limonada.

39 Je déteste la terreur individuelle, odio el terror individual.

40 El 26 de octubre de 1943 en Melun, cuando regresaban del lugar de un sabotaje del ferrocarril, fueron detenidos Lajb (Léon) Goldberg, Amédéo Usseglio y Salomon Schapiro, del cuarto destacamento de los FTP-MOI de la región de París. Ese mismo día en Conflans-Sainte-Honorine fue detenido Joseph Davidovitch, dirigente político de los FTP-MOI de la región de París. Desde el 17 de noviembre de 1943 fueron detenidos 94 personas que habían participado en 80 ataques y actos de sabotaje, de los cuales 77 pertenecían a los FTP-MOI y el resto a los FTP. Durante el proceso de farsa judicial, el 19 de febrero de 1944, 23 miembros de los FTP-MOI con Missak Manouchian a la cabeza fueron condenados a muerte. Las fotografías de una decena de ellos se mostraron en el famoso «cartel rojo».